Lucha De Clases

¿Y los argumentos? O... ¿inversamente proporcional a qué?

La reciente respuesta que atentamente le había dedicado al señor de longo, muy longo título, don Eduardo Enrique Roca Díaz, Secretario Ejecutivo de la Asociación de Industria Metalmecánica de Santa Cruz, terminó sacándolo definitivamente de sus casillas. En efecto, de ser alguien inclinado a una no tan violenta discriminación racial, como se había mostrado en su primer intento fallido de refutación, con una simple lección de construcción de argumentos se convirtió, según lo muestra su última réplica, en una energúmena y fácilmente irascible metralleta de descalificaciones ad hominem. ¿Y los argumentos? Bien gracias. Tal vez antes del fin de los tiempos el señor pueda elaborar alguno… Pero definitivamente eso no va a pasar en el presente siglo. Mientras tanto, penosamente su participación ha dejado en evidencia que lo único que pueden aportar al debate publico la Asociación de Industria Metalmecánica y la Cámara de Pequeña Industria y Artesanía de Santa Cruz es mesianismo populachero y una inmadurez vergonzosa: ante la primera amenaza de verse falto de argumentos, su dirigente sólo atina a vomitar descalificaciones personales y delirios esotéricos sobre el futuro inmediato.

De la farra referendal a la agenda nacional

Como ocurre en toda transición sociopolítica, también en el actual proceso boliviano las viejas fuerzas dominantes, antes de entrar en ocaso definitivo, intentan acomodarse en algún pequeño espacio, ojalá hegemónico, que les permita subsistir en el orden político emergente. Hasta ahora, la apuesta de los antiguos patrones y gamonales de la política boliviana ha sido la feudalización: ya que no tenían oportunidad electoral en la arena nacional, optaron por replegarse en los departamentos para, desde ahí, apernarse en el poder (departamental) y, cuando la oportunidad lo permita, tratar también de incidir en los procesos más globales. Gracias a la delirante estulticia política de Mesa, la crisis del sistema de partidos y el ejecutivo, que les ha regalado muchas oportunidades en bandeja, los prefectos, antes autoridades públicas representantes del presidente en los departamentos, efectivamente se convirtieron en caciques feudales, representantes de sus propios intereses político-territoriales que, ¡oh casualidad!, son más que congruentes, cuando no enteramente coincidentes, con los intereses económicos de las clases terratenientes. Al dejar de ser políticos, actores de la polis, y convertirse en caciques de aldea, los prefectos no sólo hicieron más provinciana y parroquial a la política boliviana, sino que, además, están terminando de quemar sus últimos cartuchos. Ante la más mínima expectativa de fuga de poder, en verdad se comportan como señoritos feudales de macetero. Hacen y deshacen con las cortes departamentales. Hacen y deshacen con los medios de comunicación. Hacen y deshacen con las “juventudes cívicas”. Hacen y deshacen con los órganos de justicia. En fin, hacen y deshacen ad libitum con las instituciones públicas como si de sus bienes patrimoniales se tratara. Cada prefecto hace de facto lo que su poder fáctico (que, en el caso de “la media luna”, es más fuck-tico que otra cosa) le permite. El ámbito político del departamento se ha convertido en una trinchera, un feudo, una posición defensiva que permitió a los viejos caciques sobrevivir a la batahola política iniciada en enero de 2006. Al menos hasta ahora.