De Chuquisaca a Bolivia: lecciones electorales

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Ya han transcurrido cinco semanas desde la elección prefectural chuquisaqueña y aunque se ha dicho mucho sobre el significado político de los resultados, poco se ha dicho sobre las tendencias electorales mostradas por el evento. Esta omisión, por supuesto, se debe al intento de entrampar no sólo el referéndum revocatorio, sino también cualquier discusión sobre sus posibles resultados, electorales y políticos. No por nada los ideólogos del Ancien Régime boliviano siguen tildando de “estupidez política” a la posibilidad de que la ciudadanía manifieste en las urnas su decisión sobre la continuidad de sus autoridades. En esta campaña propagandística, cualquier consideración sobre lo ocurrido en Chuquisaca simplemente estorba. Como es más decoroso, aunque falaz en extremo, hacer pasar por fraude la voluntad ciudadana de revocar a los prefectos, se evita mencionar que, gracias a lo ocurrido el 29 de junio, la pisoteada democracia boliviana recobró algo de la credibilidad que había perdido en los feudos de la así llamada “media luna”. O también que la elección prefectural aportó materia prima fresca y, sobre todo, confiable para el análisis político-electoral, algo que, en Bolivia, no teníamos desde las elecciones de 2006.

Faltando tan poco para el revocatorio, la materia prima aún desaprovechada que aportó la elección prefectural no podría haber sido más oportuna. Aunque departamentales, los resultados pueden, con los debidos recaudos analíticos, aportar a la comprensión del escenario electoral nacional. Y, en este marco, cuatro son los hechos político-electorales de la elección prefectural chuquisaqueña que aportan claves para entender algunas tendencias en el escenario nacional:

  1. El voto duro del MAS es muy duro y muy significativo. Después de lo ocurrido en La Glorieta, pocos pensaron que el partido de gobierno pudiera presentar pelea electoral en Chuquisaca. Y hasta que se hicieron públicos los resultados definitivos (cuatro días después de la elección), esos pocos no crecieron en número. Efectivamente Savina Cuéllar, testaferro del Komité Kinter Kinstitucional (K. K. K., filial Sucre), ganó la justa electoral en muy buena lid. Pero, contrariamente a lo que los muy neutrales y poco intencionados medios bolivianos anunciaron el mismo día de la elección, no “arrasó” con el candidato del MAS. En el recuento final, la diferencia entre ambos candidatos fue de aproximadamente 6,5%, mucho menos auspiciosa que la de los 15 puntos porcentuales anunciados en la tarde del 29 de junio por la también muy neutral y poco intencionada encuestadora “Opinión y mercado”…. La votación final de Valda fue de 44,17%. No le alcanzó para ganar la elección, pero sí para mostrar que la fuerza electoral del MAS está consolidada. Haga la barrabasada que haga el gobierno, tiene un piso electoral prácticamente inamovible y tan significativo que, donde no constituya primera mayoría, como Beni o Pando, será por lejos la segunda fuerza electoral. En definitiva, y contrariamente a lo que los despistados vienen sugiriendo desde diciembre del 2005, la mayor parte del voto del MAS es estructural, no coyuntural.

  2. El mínimo es el máximo o el piso es el techo. Los más optimistas, de ésos que no faltan ni en las derrotas, creen que la votación obtenida por Valda es una noticia inmejorable para el gobierno. Ese diagnóstico se basa en la (errática) tesis de que el MAS subió su votación respecto a la precedente elección de prefectos (de 42,3% a 44,17%), y que, con miras al referéndum revocatorio, nada hay más propicio para un nuevo ímpetu, un nuevo aire electoral, que conquistar más votos. Obviamente tanto optimismo raya en la negación esquizofrénica de la realidad. El 42,3% de 2005 es igual a ganar una prefectura, mientras que los dos puntos porcentuales más en 2008 equivalen a perderla. Podrán haber subido los porcentajes, pero disminuyó el poder político. No hay forma de presentar los datos que cambie este hecho: el MAS simplemente perdió una prefectura… Y si los resultados se miran con más detalle, las sorpresas siguen apareciendo. Por ejemplo, la participación electoral entre una elección prefectural y otra disminuyó. En 2005 votaron cerca de 178.000 ciudadanos, mientras que el 29 de junio votaron cerca de 161.000. En este marco, el incremento del porcentaje de votación del MAS se explica por una reducción de la cantidad de votantes y no por un incremento en la cantidad de votos a favor. Es más, los votos del MAS no sólo no aumentaron, sino que, al contrario, disminuyeron: de 66.999 en 2005 a 66.836 en 2008. Esto muestra que el techo electoral del MAS está más que definido. Es altamente improbable que, bajo cualquier escenario político, en el departamento de Chuquisaca obtenga más de 70.000 ó 72.000 votos. Del 54% obtenido a nivel departamental en la elección presidencial, ni hablar. Este dato complementa el panorama electoral señalado en el punto anterior: el piso electoral del MAS, su núcleo de votantes duros, es fuerte, amplio y significativo, pero su techo, su máximo probable, es casi igual que el piso, su mínimo. En términos electorales, eso es síntoma de dos fenómenos: extrema polarización y estancamiento. Hablar a estas alturas sobre la polarización boliviana sería de perogrullo. Pero el problema del estancamiento electoral sí aporta un nuevo elemento de juicio: existen pocos espacios o márgenes para el crecimiento electoral. En efecto, la insignificante distancia entre el piso y el techo permite suponer un escaso número de indecisos. Eso significa que el MAS difícilmente va a conquistar más votos que los que ya tiene. Aunque también significa que la oposición no le va a quitar los suyos. Los votos del MAS y la oposición son casi inamovibles. Cualesquiera sean las opciones, los porcentajes de votación no se alterarán significativamente. Pero los porcentajes… ¿respecto a qué elección?

  3. Muchos referentes, pocos referibles. ¿En relación a qué resultados electorales podemos comparar los del 29 de junio? Los más optimistas, como se vio en el punto anterior, han optado por verlos a la luz de los resultados de la elección prefectural de 2005. Y, como también se vio, semejante optimismo no da para tanto. Respecto a esa elección, el total de votos a favor del partido de gobierno disminuyó. Pero, además, el de esa elección es el referente más inadecuado para interpretar las tendencias electorales con miras a la agenda inmediata. Ahora apremia tener luces acerca de cómo se manifestaría la ciudadanía ante una consulta como la del referéndum revocatorio: quién se manifiesta por la continuidad de Evo Morales y quién se manifiesta en contra. Si para esto ha de tomarse como termómetro el resultado del 29 de junio, lo que menos importa es si el porcentaje de la votación del MAS creció o no en relación a la última elección de prefectos. Importa si la cantidad de votos en contra alcanza para revocar. Y para ello, no puede servir de referente la votación prefectural de 2005. Al contrario. Los resultados deben mirarse a la luz los votos para presidente. Y respecto a estos resultados, si el 29 de junio se hubiera celebrado el revocatorio y todo se estuviera definiendo en Chuquisaca, el panorama para el ejecutivo habría sido, por decir lo menos, sombrío. En efecto, si de Chuquisaca dependiera, Evo Morales se revocaría con 54,17% y al menos 84.343 de los votos (resultados de la elección presidencial de 2005 en ese departamento). Y el 29 de junio, 55,83% de los votos válidamente emitidos, lo que equivale a 84.473, fueron en contra del partido de gobierno. En términos simples, si el revocatorio se realizara sólo en Chuquisaca, Evo Morales estaría revocado. La situación, evidentemente, no es la misma en el resto de los departamentos, sobre todo en los que aportan mayor cantidad de votantes al padrón (La Paz, Cochabamba y Santa Cruz). Pero Chuquisaca hace ver revocable al presidente. Y esto aporta “ímpetu electoral” más a la oposición que al gobierno.

  4. ¿Hacia el bipartidismo? La elección de prefecto/a en Chuquisaca y el revocatorio en ciernes adelantan uno de los posibles derroteros que podría seguir el sistema político boliviano. En un caso, compitieron dos agrupaciones políticas (y una tercera menor con escaso, por no decir, como corresponde, “nulo” impacto electoral). En el otro, compiten el gobierno y la oposición. Los contendientes en el primer caso son, coincidentemente, los mismos del segundo. De a poco y sin avisarle a nadie, las fuerzas políticas empiezan a agruparse y organizarse en torno a dos ejes: gobierno y oposición. El MAS constituía fuerza política protagonista desde 2005. Pero la oposición, como la hemos visto el 29 de junio y como la veremos el 10 de agosto, una oposición aglutinada y organizada de esa forma, se decía, transforma, reorganiza el sistema boliviano de partidos y/o coaliciones. La oposición disgregada en múltiples agrupaciones políticas es incapaz de hacerle frente electoral al MAS. Sólo parece tener posibilidades ciertas de competir en todos los niveles (aunque fundamentalmente en el nacional y municipal) agrupada y como opción única. Esto por un motivo simple. El MAS llegó para quedarse. La presente era política, la iniciada el 18 de diciembre de 2005 (que, por lo visto hasta ahora, bien podría llamarse “era del neoanarquismo”), va a tener como protagonista al actual partido de gobierno por al menos los siguientes 20 ó 30 años. Ante esto, la oposición puede tener opción electoral si concentra fuerzas, no si las disgrega. Por ello, y suponiendo la capacidad de cálculo racional en la oposición, cabe esperar que Bolivia transite hacia el bipartidismo. Al menos a nivel nacional.

Es cierto que por el momento la política boliviana carece de los elementos que podrían hacer emerger un sistema bipartidista de forma inmediata. Fundamentalmente carece de dos condiciones vitales: primero, un liderazgo nacional capaz de articular a todas las fuerzas de oposición; y, segundo, proyectos nacionales que puedan competir por las preferencias ciudadanas, que oferten algo más que un “No a Evo Morales” o un “atrincherémonos en nuestro feudo para intentar conservar lo poco que nos queda de poder poltiico”. Falta eso y algo más para transitar al bipartidismo. Pero otras señas indican que ése es el destino final. Por ejemplo:

a) No hay cabida para un “tercer tercio”. Por lo visto en Chuquisca, la política maniquea, polarizada, no deja ya espacio a otras ofertas electorales. O se está del lado del gobierno o se está en su contra. Una alternativa no radical, no polarizada, carece de plausibilidad. Los resultados de Alianza Social en Chuquisaca así lo evidencian. Es cierto que la base electoral de la agrupación de Joaquino no se encuentra en ese departamento. Pero, más allá de eso, los resultados de su experimento, de su testeo orientado a probar qué oportunidades tenía de competir como fuerza independiente del gobierno o del main stream de oposición fueron demasiados abrumadores. No sólo mostraron que fuera de las dos fuerzas principales cualquier alternativa tendría que contentarse con menos de un 10% de los votos, sino también, y lo que es más importante, la escasa proyección nacional de los liderazgos departamentales. Es el costo de la feudalización de la política boliviana que la oposición va a pagar por muchos años.

b) De a poco, todos los microclivajes que habían emergido entre “la guerra del agua” y las elecciones de diciembre de 2005 (política partidocrática vs. nuevos liderazgos; política al servicio de la economía de mercado vs. política en contra de la economía de mercado; política pro criolla vs. política anti criolla e indigenista) empiezan a sintetizarse, a resumirse, a aglutinarse en torno a un único gran clivaje: masismo vs. antimasismo. Todas las otras fracturas sociales se han convertido en traducciones más concretas de la fractura principal. Y la aparición de otras nuevas fracturas (oriente vs. occidente; campo vs. ciudad) termina asimilándose, disolviéndose en ese gran clivaje.

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